RENUNCIAS DIVINAS

18 /Febrero/ 2013

El anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI, quien pronto volverá a ser llamado Joseph Ratzinger, sacudió a la Iglesia Católica por inesperado y por la falta de experiencia reciente en este tipo de asuntos. Y es que, como ya se ha repetido muchas veces, es la primera vez en 598 años que un Papa en funciones dimite a su cargo.

Las sospechas y especulaciones no se hicieron esperar. Como toda estructura jerárquica secretista, la del Vaticano tiene que tolerar los rumores a cambio de mantener el hermetismo acerca del manejo de los asuntos del poder eclesiástico. Si bien se dan raras excepciones, como la reciente en que un mayordomo filtró información confidencial y delicada, lo cierto es que la Iglesia Católica mantiene un férreo control sobre la información que desde sus entrañas fluye, con el costo ya mencionado de que toda teoría e hipótesis, por absurda que sea, encuentra eco en algún lado.

Una entidad que ronda los dos milenios y que se tardó varios siglos en formalizar sus mecanismos internos de sucesión y de selección de su máximo líder espiritual, la Iglesia Católica no ha visto muchas renuncias. De ellas, las dos primeras se dan en circunstancias por demás obscuras y lejanas, por allá del Siglo II y III, las de Clemente I y de Ponciano, respectivamente. Obscuras porque la institución misma del catolicismo era aun muy frágil e indefinida: más que una Iglesia como hoy la concebimos era un grupo de creyentes ciertamente devotos y dedicados, que sufrían persecuciones y discriminación. Seguramente no tenían una estructura formal de mando, ya por falta de recursos o como una estrategia de supervivencia para no delatar a sus dirigentes ante sus enemigos mortales.

Después de eso, pasan los siglos y la dirección de los cada vez más numerosos católicos del mundo va recayendo en distintos personajes, generalmente de Roma, que por lo general son electos por aclamación de las masas. No es hasta por ahí del siglo XII que la Iglesia comienza a establecer mecanismos más formales de elección y de sucesión, lo cual por supuesto no garantizó que estas fueran siempre tersas o amistosas. Hay una larga y nunca oficialmente confirmada lista de Pontífices que por una u otra razón debieron retirarse del Papado. Revueltas, cismas, sobornos, enfermedades, compra y venta del supremo cargo, todo está registrado por historiadores, pero no siempre (mejor dicho casi nunca) por la Iglesia católica.

La más reciente dimisión, la de Gregorio XII, se da en 1515 en circunstancias que ilustran las complejidades de la época: con tres papas (o anti Papas, según la versión de cada uno) ostentando el título tras el gran cisma de la Iglesia europea, Gregorio optó por retirarse con tal de poner fin a las divisiones y asegurar una sucesión tranquila, ordenada y, sobre todo, unificada. No fue inmediato el resultado, pero finalmente logró su cometido.

Casi seiscientos años después, Benedicto XVI decide dimitir por motivos de edad y de salud. A la sorpresa, decía yo arriba, siguieron las sospechas y rumores, pero con el paso de los días parece estar claro que esa, la de su estado físico, es la razón de fondo.

Esta dimisión debe analizarse en tres vertientes: la primera tiene que ver con la decisión personal, personalísima diría yo, de un hombre que conoce sus limites: los de su mente, los de su cuerpo, y que actúa en consecuencia y con antelación.

La segunda se refiere al análisis serio y cuidadoso de la gestión de Benedicto XVI, de quien mucho se dijo y especuló desde su llegada, y al que se le han atribuido méritos que no son suyos y hartas culpas que le son ajenas. Habrá que revisar con objetividad para poder hacer un balance del que fuera alguna vez el guardián de la fe católica.

Finalmente, hay que pensar en lo que el sucesor de Benedicto XVI enfrentará al llegar a la Santa Sede. Una iglesia que cuenta a más de 1,200 millones de fieles, pero también profundas divisiones y contradicciones, además de la cada vez más agresiva competencia de otras alternativas, unas muy nuevas, otras añejas, para quienes buscan la manera de conciliar sus creencias con la modernidad o, por el contrario, para quienes quisieran encontrar refugio en el pasado.

Ya tendremos tiempo y ocasión de ocuparnos de estas tres grandes preguntas. Por lo pronto, el próximo fin de semana escucharemos por última vez el sermón de este Papa que vino de Alemania y ha elegido reposar en vida en Roma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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