2011 PROPOSITOS Y DESPROPOSITOS

3/Enero/ 2011

No hay motivo para empezar el año sin la motivación que nos proporcionan los buenos deseos y las buenas intenciones. Las fiestas que rodean el cambio en el calendario nos dan espacio, tiempo y razones para reflexionar acerca de todo lo que nos sucedió, de cómo nos afectó, pero sobre todo, acerca de lo que vendrá y de lo que de una u otra manera pensamos hacer al respecto.

El 2010 no fue memorable, al menos no en el sentido festivo que muchos asignan a esa palabra. Si bien no fue un año de grandes catástrofes como sí lo fue el anterior, lo mejor que se puede decir es que fue un año un poco menos malo de lo que muchos temían.
La debacle económica mundial no se produjo, y de hecho, en algunas partes del globo dio inicio una tímida recuperación alimentada por el dinamismo de las nuevas locomotoras: China y la India, gracias a las cuales el precio de los hidrocarburos y otras materias primas no se desplomó, y los emisores de deuda soberana no se vieron completamente abandonados. Sin embargo, las señales de crecimiento se vieron opacadas por las tormentas en países hasta hace poco considerados estables, como Grecia, España, Portugal e Irlanda, y los nubarrones en Alemania y EU, donde el costo de la deuda pública aumenta a un ritmo preocupante. Por primera vez parece plausible que un país de los que llamamos desarrollados tenga que declararse en suspensión de pagos, lo que traería graves consecuencias para la reactivación económica mundial, por lo que lo único sabio es abrocharse los cinturones.

En lo político, ya no se puede hablar tanto de un vuelco a la derecha o a la izquierda, al pasado o al futuro, sino de un descontento generalizado con el estado actual de las cosas, que está llevando a los votantes a optar por el simplismo mágico que consiste en botar a quien esté en el poder y poner en su lugar a alguien que tenga el mensaje y el programa más sencillo y más populista. Hay honrosas excepciones a esa regla, como en el caso de Brasil, pero en términos generales, lo que observamos es una tendencia creciente a favorecer a los demagogos por encima de los ideólogos o de los tecnócratas. Todo me hace pensar que esa propensión hacia lo simple continuará. No es para alarmarse demasiado aún, pero vale la pena recordar que en tiempos de turbulencia e incertidumbre económica surgen liderazgos mesiánicos que terminan hundiendo hasta a las naciones más avanzadas. Y mientras que una mezcla de locuras hereditarias o de locas herencias nos deja con una Corea del Norte que pone los pelos de punta, otros países se sumen en la desazón o el conformismo. Los más felices, aparentemente, son los más fanáticos.

Las sociedades alrededor del globo experimentan un fenómeno similar al arriba descrito, con el resurgimiento de las religiones y los fundamentalismos como intentos de respuesta ante la real o aparente pérdida de rumbo. Lo mismo en EU, donde poco a poco los pastores han amasado más poder y dinero que muchos políticos, y el radicalismo religioso amenaza con rebasar al Estado, que en una Europa en la que los valores tradicionales de apertura y tolerancia han sido secuestrados por dos demonios igualmente malévolos: el fanatismo musulmán y las reacciones exageradas de sociedades y gobiernos que no saben cómo enfrentarlo y recurren a la cerrazón, las prohibiciones y la xenofobia como estrategia de contención. De los países musulmanes ni qué decir, cada vez más amenazados por una corriente hiperreligiosa que amenaza con barrer a los regímenes establecidos, sean o no democráticos, corruptos o autoritarios.

Más que un ascenso de las religiones, observamos una creciente intolerancia a todo aquello que sea diferente o que choque con valores preestablecidos, a la vez que los fanáticos y radicales pretenden hacernos creer que la suya es no sólo la única creencia, sino la única manera aceptable de creer… Esto, tan básico y equivocado en la religión como el populismo y la demagogia en la política, también irá en aumento en este año que inicia.
Y a nosotros, hombres y mujeres de a pie, ¿qué nos queda?
Nos queda hacernos propósitos reales que pensemos y podamos cumplir: ser mejores ciudadanos/vecinos/familiares/amigos. Obedecer las leyes/normas/sentido común. Evitar los excesos y, sobre todo, blindarnos ante la ignorancia y la intolerancia que van de la mano.

Yo, por eso, me he propuesto este año leer más y tratar de aprender más de todo lo que sucede a mi alrededor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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