PADRES E HIJ@S 29 /Abril/ 2013 El episodio sería de risa si no fuera tan serio y si no nos pintara de cuerpo completo como país, como sociedad. De acuerdo con reportes periodísticos y de las redes sociales, la hija de un funcionario público acudió a un restorán en el que no recibió ni la mesa ni el trato que ella esperaba. Ante eso, la joven hizo lo que aparentemente le pareció más natural: se enojó, amenazó y tomo represalias en contra del establecimiento comercial que la “ofendió”. Al poco rato inspectores revisaban con peine fino toda la operación del local, e intentaron colocar sellos de clausura ante prácticas como el “no respetar el orden de la lista de espera” y “vender mezcales hechos con tipos de agave diferentes a los que señala la ley…” Gravísimas faltas, sin duda, de esas que ponen en riesgo la vida y la seguridad de la población, lo cual seguramente explica la rápida, instantánea reacción de la autoridad. Solo la pronta reacción de abogados y clientes del establecimiento impidieron que los inspectores lo clausuraran. Sin embargo, no contenta con su prepotente actuar, la susodicha se refirió en su cuenta de Twitter (@AndyBenitezz) primero a su malestar con el establecimiento, y después delató ahí mismo cual había sido su siguiente visita: a la Procuraduría Federal del Consumidor, que encabeza su padre, Humberto Benítez Treviño. La reacción en redes sociales no se hizo esperar. Al poco rato ya la #LadyProfeco era referencia en Twitter, y el ambiente se calentaba en su contra. Su tardía respuesta, que quiso parecer disculpa, no le ayudó ara nada, pues reiteró su malestar con el restorán y se disculpó únicamente con los comensales por las “molestias”. La comunidad tuitera, de por sí bastante activa y de fuertes opiniones y convicciones, la juzgó, encontró culpable y condenó en ausencia, y de paso a la Profeco y a su titular, quien se disculpó un poco más tarde el mismo domingo pero no ha anunciado aun medidas correctivas. La conducta de la señorita Benítez no sorprende aunque sí escandaliza: es la típica actitud arrogante y prepotente de quien se sabe o se cree influyente o poderoso: “Ustedes no saben quien soy”, “verán lo que les voy a hacer”, “les voy a cerrar su p… changarro”, “cómo se atreven a tratarme así, a mi”. Frases como esas son frecuentes por parte de parroquianos o clientes insatisfechos consigo mismos más que con el trato o servicio recibidos, y expresan una baja autoestima, una peor educación y una carencia absoluta de valores cívicos y humanos. No son, pese a lo que se ha escrito en las redes sociales, de un ejemplo de la conducta del “viejo PRI”, sino de la muy triste y execrable manera en que muchos mexicanos tratan a quienes creen inferiores o indefensos. Una manera de actuar cobarde y vil, pero sin sello político-partidista. Es la misma del golpeador de un empleado del valet parkings (el tal Sacal), de las mujeres que insultaron y denostaron a policías en Polanco (las “Ladies de Polanco de triste recuerdo), de los que le avientan el coche a los operadores del alcoholímetro, o agreden física o verbalmente al cajero del supermercado, al indigente, al peatón, al ciclista, a sus empleados… Sin embargo, por tratarse de la hija de un servidor público que intentó usar su condición para cometer un atropello y estuvo a punto de lograrlo, el caso adquiere otras dimensiones: uso y abuso del parentesco, probables ilícitos como la usurpación de funciones, en lo que toca a ella. Los funcionarios de Profeco que en vez de tranquilizarla procedieron a obedecerla son también responsables, aunque se entiende que en un país con la cultura del poder y las “influencias” de México, sea mayor el miedo a la furia de “la hija del jefe” que el cuidado por apegarse a lo que la ley y sus funciones les señalan. Para el padre de la susodicha, quien por lo que leo convalece y no estaba en funciones, además de la vergüenza queda la obligación de corregir por doble partida: con su hija, para dejarle un ejemplo a ella y a todos los hij@s profesionales que por ahí deambulan, y al interior de su dependencia. No comparto la idea de que deba renunciar, ni de lejos. Lo que tiene que hacer es aplicar los castigos y consecuencias del caso, para que todos los involucrados escarmienten. Algo, que por cierto, todos los padres deberíamos hacer de vez en cuando…
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