MITOS GENIALES

1 /Marzo/ 2010

Los últimos días han sido especialmente propicios para insensateces varias, a las que quiero dedicar hoy estas líneas. Comienzo por la polémica que se ha generado acerca de la confiabilidad de la información que circula en las redes sociales como Twitter y Facebook. Algunos comunicadores profesionales afirman con vehemencia alguna o varias de las siguientes: las redes mienten, falsean, inventan, distorsionan, se equivocan, no corrigen, atribuyen erróneamente, son sesgadas, pueden estar infiltradas por el narcotráfico, les falta rigor profesional y otros actos de lesa humanidad.

Twitter, Facebook y otros similares han venido a transformar la manera en que se comunican e interactúan entre sí amplios sectores de las sociedades modernas. Si bien en México es apenas fragmentaria su participación, la composición de esas comunidades les ha dado un peso específico desproporcionado. Jóvenes, profesionistas, empresarios, periodistas, activistas sociales y ciudadanos comunes y corrientes pululan por el ciberespacio, compartiendo información seria, trivialidades, datos duros y blandos, chismes, afectos y desafectos… en fin, todo aquello que la gente comunica diariamente a sus amigos, a sus cuates o a perfectos desconocidos, con la única diferencia de que es este un medio instantáneo, relativamente anónimo y que no se presta para reflexionar a fondo antes de transmitir las ideas.

Twitter y Facebook se encuentran todavía en proceso de maduración: ni sus creadores ni muchos de sus usuarios imaginaron sus alcances, sus virtudes y sus bemoles. Lo que es innegable es que son uno de los muchos espejos que tenemos para mirarnos a nosotros mismos y entre nosotros mismos. Lo mismo el Dalai Lama que CNN o que la Casa Blanca utilizan el medio, al igual que nuestro amigo, vecino o compañero de trabajo, o grandes empresas que a veces saben y a veces no qué hacer con esta nueva y poderosa herramienta. Yo no me atrevería a decir lo que es Twitter, pero sí me animo a decir lo que no es: no es un medio de comunicación formal ni tampoco un noticiero electrónico con reporteros, editores y jefes de redacción. Pretender compararlo con ellos es injusto para ambas partes, además de que al hacerlo se ignora la viga en el ojo propio: por cada errata, falsedad o disparate en Twitter o Facebook hay alguna, similar si no es que peor, en algún medio convencional.

La segunda tiene que ver con la recién concluida Cumbre Latinoamericana en la Riviera Maya. La mayoría de las vestimentas se han desgarrado por dos razones: la primera es que se dice que México ha asestado un golpe letal a su relación con EU al promover una instancia regional que lo excluye así como —horror— un acercamiento con los gobiernos de Venezuela, Cuba o Bolivia. Ignoran que la diplomacia no puede ser diversa y que los mejores aliados son aquellos que tienen una interlocución válida con naciones y regímenes de distinto corte. Es erróneo pretender que EU nos valorará menos por haber puesto pausa a los muchos pleitos en que nos metió la mal llamada diplomacia foxista, o que eso es de alguna manera perjudicial para nuestro país. Tan falso como creer que las grandes potencias aprecian más a los obsequiosos y dóciles que a los que les aportan algo útil.

La muerte del disidente cubano Orlando Zapata tras una prolongada huelga de hambre ha energizado a la oposición cubana y a las voces en defensa de las maltratadas libertades y garantías individuales en la isla. Pero hay también perlas: por supuesto la de Raúl Castro pretendiendo adjudicarle la responsabilidad de esa muerte a EU o la del régimen empeñado en desacreditar la causa y la valentía de Zapata; pero también la de quienes pretenden, en una lógica que no alcanzo a seguir, que de alguna manera ese muerto le corresponde al presidente de México por haber invitado a Raúl Castro a una cumbre regional… Como si fuera tan simple…

No puedo concluir sin evocar a Carlos Montemayor. Leí su Guerra en el Paraíso durante el levantamiento armado del EZLN a principios de 1994 y entendí que no había manera de ganarle una guerra a los propios con el solo uso de la fuerza militar. Lectura obligada, entonces y ahora, para quienes piensan que la mano dura es la solución a las disidencias y discrepancias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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