DIAS SANTOS

2 /Mayo/ 2011

Estos, que para los cristianos de todo el mundo son -o deberían ser- días de guardar y reflexionar, pueden servir a todos, sin importar su religión o su falta de la misma, para un ejercicio de introspección.

Los mexicanos somos muy dados a concentrarnos en los males que nos aquejan, sin detenernos a ver lo que pasa alrededor del mundo. Si bien no es exclusiva nuestra, es una característica que con frecuencia nos impide poner las cosas en su justa dimensión, y hace que a veces nos distraigamos más con lo llamativo del follaje que con la espesura y antigüedad del bosque.

Es el caso de la inseguridad, por ejemplo. Estamos, con justa razón, preocupados por los niveles que alcanza la violencia en nuestro país, pero no nos detenemos a ver lo que está sucediendo en otras partes en que la delincuencia y la violencia se vuelven parte de la vida cotidiana, hasta convertirse en elementos anecdóticos o insignificantes. Es el caso de Brasil, donde ciudades como Río de Janeiro no sólo tienen índices mucho mayores de muertes violentas, sino en las que el crimen organizado se ha asentado al grado de impedir la entrada de las autoridades a las zonas que controla, desde hace muchos años, sin que eso impida el éxito resonante de su candidatura para auspiciar los Juegos Olímpicos de 2016 o buena parte del Mundial de Futbol de 2014.

Brasil es, por muchos motivos y con justas razones, una de las historias de éxito del hemisferio occidental, pero está igual o menos bien que México en muchos indicadores de calidad de vida, de educación o desigualdad social. Tiene una presencia regional significativa y es visto como una de las potencias inminentes, junto con Rusia, la India y China, pero carece de muchas de las ventajas geográficas e institucionales de nuestro país. Lo que sí tiene Brasil es la habilidad de contar su propia historia de manera adecuada y atractiva, de reconocer y enfrentar sus problemas y retos sin necesidad de desgarrarse en el camino, de entender que la disputa político/electoral NO es más importante que la imagen del país frente a propios y extraños.

Otro asunto con que nos hacemos bolas es el de la discriminación y maltrato a nuestros migrantes. Nos indignamos, y con motivos de sobra, por la manera en que los mexicanos en EU son acotados, limitados, discriminados por su apariencia, su acento, o su estatus migratorio.

Nos parece escandaloso, y lo es, que estados como Arizona impulsen leyes que sólo buscan alimentar la xenofobia y que facilitan la esclavitud disfrazada que muchos de nuestros compatriotas sufren allá. Pero no reparamos en el vía crucis de centro y sudamericanos que atraviesan nuestro territorio, las más de las veces en camino al norte, pues ni siquiera pretenden quedarse aquí.

La patria entera se levanta como un solo hombre cuando un programilla de la BBC o una serie de dibujos animados francesa deciden reírse de la caricatura del “mexicano flojo”, o cuando un mandatario extranjero procura “justicia” para una paisana suya, pero olvidamos las injurias que frecuentemente propinamos a extranjeros o minorías en nuestra propia casa, por no hablar de la manera en que tratamos o nos referimos a “gallegos”, “gringos”, argentinos o indígenas. Y de nuestro sistema de procuración de justicia mejor ni hablemos, sólo sentémonos a recordar cómo reaccionamos cada vez que un mexicano es condenado en el extranjero, como recientemente en Malasia o a cada rato en EU.

Nos indigna también pensar que casi 40 mil personas han muerto en incidentes vinculados con el crimen organizado en los últimos cuatro años, pero nadie organiza marchas ni cadenas en internet ni diseña atractivos y llamativos logotipos para protestar por el hecho de que la mitad o un poco más de nuestra población viva en situación de pobreza, y que de ellos muchos no tengan siquiera para comer. Es horripilante pensar en el hijo/hija de alguien secuestrado o asesinado, pero ¿acaso no lo es más pensar que más de la mitad de los niños en México estén en riesgo de padecer desnutrición o incluso de morir por ella?

Los mexicanos hemos logrado grandes cosas, y omitido otras igual de importantes. Entre nuestros grandes olvidos está el de la justicia social, el combate a la pobreza, al hambre, a la marginación. No tenemos cara para indignarnos por otras cosas si no nos preocupamos primero por las esenciales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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