DIAS DE GUARDAR
25 /Marzo/ 2013
Los días santos en la mayoría de las religiones son considerados días de guardar, apropiados para el recogimiento, la reflexión, el arrepentimiento, para corregir o remediar los males propios y perdonar los ajenos.
Lamentablemente la práctica cotidiana no siempre se corresponde con la enseñanza religiosa, y tenemos así que para muchos las fechas que deberían reservarse a la introspección se convierten en pretexto para la vacación, para el consumo, el dispendio, para olvidar a los menos afortunados y buscar solamente la propia gratificación.
Han sido estas últimas semanas particularmente propicias para la contemplación y para las comparaciones -que no son siempre odiosas y en cambio sí resultan generalmente útiles y valiosas- acerca de las diferentes maneras en que la espiritualidad convive con lo terrenal, en que la religión se enfrenta a las complejas y desagradables realidades de la naturaleza humana, de la política, de la ambición individual y la de grupo.
Me he referido ya en este espacio a la elección del nuevo Papa Francisco, pero no puedo dejar de observar que tanto en su ceremonia de ungimiento cómo en sus primeros actos formales como Supremo Pontifice de la Iglesia Católica, ha buscado la coherencia entre su comportamiento y las enseñanzas de su religión.
Su estilo sencillo y austero no solo contrasta con el de sus antecesores, sino que choca muy marcadamente con el de la mayoría de los que hasta hace apenas unos días eran sus colegas cardenales. A buen entendedor pocos adornos y menos palabras: si Francisco se propone transformar a la Iglesia hará bien en comenzar por su jerarquía, no solo en la Curia que todo lo domina en el Vaticano, tambíen con los pequeños virreyes que se dicen representantes del Señor en las parcelas del mundo de las que les ha tocado beneficiarse más material que espiritualmente.
En la llamada Tierra Santa coexisten lugares sagrados de las tres grandes religiones monoteistas y lo hacen asímismo sus fieles, con muy diferentes grados de tolerancia y respeto los unos por los otros. Los cristianos, que son la minoría, no se meten con nadie. Judíos y musulmanes tienen que enfrentarse diaríamente a los demonios de la intolerancia y el odio que si bien son propiedad de los màs radicales entre ellos, contagian a los demás y envenenan el ambiente para todos.
La reciente visita del presidente estadounidense a la región ha puesto de manifiesto que son con frecuencia los fuereños los más interesados en destrabar la situación intolerable que se vive entre israelíes y palestinos y que hace imposible -aunque no impensable- la posibilidad de una coexistencia pacifica y civilizada entre ambos pueblos. Lamentablemente, la fe ha dado paso con demasiada frecuencia al fanatismo, a la exclusión y la discriminación. Si algo logró con su visita Barack Obama fue el propiciar que algunos, sobre todo los jovenes, logren ponerse así sea por momentos en los zapatos de los otros, de sus pares que en apariencia son sus peores enemigos: vecinos inevitables que no pueden vivir, ni dejar de morir, los unos sin los otros...
No es exclusivo del Medio Oriente este cohabitar de la religión con la intolerancia y la discriminación al que se ve distinto, se comporta diferente, cree en otras cosas. Lo vemos en EEUU y recientemente en Francia con el agrio debate en torno al derecho al marimonio para todos, lease para las parejas del mismo sexo, en el que los que se dicen defensores del matrimonio son los que se oponen a que todos puedan casarse. Lo vemos en el rechazo a la regularización de los migrantes indocumentados, en donde quienes celebran cada año la hospitalidad de la que se beneficiaron José y María son los primeros en rechazar la llegada de gente honesta y trabajadora a sus comunidades. Lo vemos en el asunto del control de la venta de armas en EEUU, donde pareciera existir una al menos para mí incomprensible correlación entre religiosidad y armamentismo...
En estas fechas que tantos guardan, haríamos bien en reflexionar acerca de si estas y muchas otras contradicciones entre el hacer y el decir no reflejan una decadencia, una perversión de los ideales y las creencias que tantos dicen profesar y practicar.
Yo, por lo pronto, me quedo con quienes, conscientes de sus defectos y carencias, hacen todos los días un esfuerzo por superarlas, por superarse. Esos son los verdaderos creyentes.